lunes, 27 de julio de 2009

Ponga un campamento en su vida

En su estudio del alma humana, la psicología de todas las épocas siempre ha pretendido realizar descripciones con las que explicar las acciones y clasificar a los seres humanos según sus pasiones, actitudes o disposiciones. Esta intención explicativa se ha incrementado con el tiempo y los psicólogos se han convertido en profesionales con capacidad para medir, interpretar y clasificar cualquier tipo de conductas. Algún día estudiarán en profundidad el papel que los campamentos de verano desempeñan en el imaginario de la vida familiar.

Aunque el Instituto Valenciano de la Juventud oferte anualmente más de 5000 plazas en albergues, colonias o centros extranjeros, el número de niños, adolescentes y jóvenes que aprovechan el verano para salir de campamentos triplica la oferta oficial. Las parroquias, colegios y organizaciones sociales realizan una oferta tan amplia que casi la mitad de las familias de la Comunidad Valenciana están afectadas, directa o indirectamente, por los campamentos de verano.

Digo que están afectadas porque un campamento transforma radicalmente la vida familiar, de tal modo que la Psicología de la educación y el desarrollo deberían plantearse cómo analizar en profundidad los seis tipos de padres que nos podemos encontrar.
Hay un primer tipo de padres que podemos llamar románticos porque están convencidos del valor educativo de la naturaleza. Los campamentos son casi la única ocasión que tienen sus hijos para acercarse a la naturaleza y disfrutar de ella.

Acostumbrados a jornadas urbanas maratonianas donde todo es ruido, contaminación y aparente civilización, el campamento es una ocasión privilegiada para escuchar el canto de los pájaros y grillos, percibir el frescor de las acequias y conocer todo tipo de fauna salvaje. Son padres que se admiran hasta la extenuación y afirman: «¡no había ni cobertura!».

Los cínicos son un tipo especial de padres que han anhelado este momento durante todo el año. Han esperado la quincena veraniega para programar esa escapada que sólo pueden hacer cuando las criaturitas no están. El campamento de verano les recuerda que el orden familiar es un pequeño infierno soportable porque disponen de esos pequeños momentos de paraíso conyugal. Aunque dejen a los niños con pena y lloren cuando suben al autobús, a los pocos minutos exclaman: «¡por fin solos!».

Los padres escépticos no creen que el campamento resuelva nada. Consideran que sus hijos van a venir igual de salvajes que cuando se fueron, incluso con más ganas de lanzarse al Tuenti, al Messenger, a la Play-station o la Wii que cuando se fueron. Como mucho, habrán añorado la comodidad del colchón, el frigorífico familiar, una ducha que funciona o unas letrinas en condiciones. Una variante de este tipo de padre son los pragmáticos, padres que consideran útil el campamento porque en él aprenden nuevas habilidades instrumentales y sociales, es decir, se enfrentan a situaciones donde tienen que «buscarse la vida».

Los nostálgicos son un quinto tipo de padres que se manifiesta de manera especial el día que llamamos «día de padres». Ese día los padres comprueban que los campamentos de ahora no son como los de antes. Antes casi se dormía en el suelo, se hacían duras marchas con las irrompibles Chiruca, se aprendía a utilizar la brújula y las únicas instalaciones existentes eran rústicas y artesanales construcciones autofabricadas con hilo de pita. Ahora no sólo se llevan esterillas sino ultraligeros sacos de plumas, con calzado y equipamiento Gore-tex donde las coordenadas de encuentro se establecen con GPS. Para colmo, por si la vida no fuera por sí misma una actividad de riesgo, aprovechan el campamento para hacer «deportes de riesgo» que llaman «puenting» y «rafting».

Por último, hay un sexto tipo de padres llamados heroicos. Son padres entregados a la causa y colaboran con la vida del grupo durante todo el año. Además de acompañar el proceso de los grupos, están dispuestos a responsabilizarse en la petición de permisos, la administración de cuotas y gestión de la intendencia. Buscan los proveedores más baratos en la elaboración de los menús, sacrifican sus vacaciones, su tiempo y sus ilusiones para que sus hijos se entreguen al descubrimiento de la naturaleza, al conocimiento de sí mismos en situaciones extraordinarias y al reconocimiento del sentido cooperativo de la vida. Sus hijos no entienden por qué sus padres no cobran nada por hacer esto. Algunos no se explican por qué nadie cobra nada por dirigir, gestionar y administrar las actividades. Alguna criatura ingenua, metiéndose donde no la llaman, recuerda que las actividades más valiosas de la vida no tienen precio.

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