viernes, 12 de junio de 2009

Todos tenemos un punto a partir del cual ya no sirve el autocontrol

El libro ‘Psicología y emergencia. Habilidades psicológicas en las profesiones de socorro y emergencia’, coordinado por Enrique Parada Torres y en el que la psicóloga Patricia Acinas (Burgos, 1973) ha participado

Fue en el año 98 cuando Patricia Acinas comenzó a trabajar en la atención psicológica de emergencias, como voluntaria y de la mano de Cruz Roja. Desde entonces ha ido adquiriendo experiencia sobre el terreno y conocimientos teóricos con estudios de postgrado en una especialidad que cada vez es más conocida y demandada. En todo este tiempo ha participado en muchos casos. Entre los que más la impactaron se encuentra el accidente de un autobús de magrebíes en Quintanapalla en 2005, que se saldó con cinco muertos y 17 heridos. El año pasado se ocupó de la coordinación de un grupo de 90 psicólogos que se emplearon a fondo con los implicados en el accidente del avión de Spanair en Barajas, en el que fallecieron 153 personas y 19 resultaron heridas.

¿Qué fue lo peor de aquel momento?
Ver el elevado número de víctimas y el dolor que se produjo. Hubo quien perdió a varios familiares y se truncaron muchos proyectos personales y planes de futuro. 
¿Ha visto alguna vez actitudes ejemplares en momentos tan duros?
Sí, no es lo más frecuente pero sí hay gente que te sorprende por su autocontrol, su rápida reacción o su buen apoyo a otra persona. Hay gente que es capaz de acercarse al otro y darle un abrazo cuando sabes que ellos están peor.
¿Cómo es la reacción de la gente cuándo usted se identifica como psicóloga?
Hay personas encantadas de que estés ahí y otras que no y hay que respetar absolutamente ambas posturas, no se puede obligar a nadie a aceptar la figura del psicólogo. Es más, si hay mucha familia yo a veces tengo la sensación de que no soy necesaria.
¿Cuando no aparecen los cuerpos de una catástrofe es más difícil hacer el duelo?
Sí, el duelo que se produce por personas que han desaparecido -por accidentes marítimos o el más reciente de Air France o los desaparecidos de Argentina o en la propia Guerra Civil española- es muchísimo más complejo porque no hay un cuerpo, no tienes la constancia ni la seguridad de que esa persona ya no está, no tienes un sitio donde ir a poner una flor...
¿Entiende que las asociaciones de la memoria histórica insistan tanto en que se arbitren los mecanismos para que se puedan encontrar los cuerpos de los fusilados en la Guerra Civil?
Sí, entiendo que esas personas tengan la necesidad de cerrar heridas aunque haya pasado mucho tiempo. Cuanto antes se pueda hacer, mejor pero, además, se va transmitiendo de generación en generación y los nietos necesitan que se cierre y, aunque sea tarde, encontrar los restos de sus familiares.
Un médico jubilado me decía que hace 30 años las personas asumían las malas noticias como podían y sin necesidad de un profesional y que quizás sea un poco esnob eso de tener un psicólogo al lado para asumir cosas que forman parte de la vida...
Antes había mucho más apoyo social y era mucho más fácil asumir una mala noticia. Ahora hay muchísima gente que se siente sola. También los médicos de antes conocían a las personas a las que trataban y sabían cómo decirles las cosas; ahora cuando alguien tiene que darte una mala noticia apenas te conoce.
Entonces ustedes hacen el papel de acompañamiento que históricamente hacía la familia o la gente del entorno...
A veces ayudamos al médico a dar la mala noticia. Apoyamos, acompañamos, facilitamos el duelo en los primeros momentos, a despedir a la persona fallecida, a hacer gestiones...
Todo el mundo recuerda que en el 11-M eran ya unos profesionales identificados y diferenciado del resto del personal sanitario. ¿Fue aquel el momento en el que se les empezó a conocer? 
Creo que ése fue el segundo punto de inflexión. El primero fue la tragedia del camping de Biescas en 1996, fue la primera vez que se detectó la necesidad de una asistencia psicológica en una situación de emergencia y catástrofe y que ésta era valiosa. Antes había habido algún intento pero mucho más puntual.
¿Es diferente su labor en función de que lo que cause el problema sea una catástrofe natural, un atentado un accidente?
La intervención psicológica está basada en las reacciones de las personas pero sí se ha visto que cuando lo que pasa es algo natural hay dolor pero es mucho más fácil de asumir porque se estima que ha sido imprevisible y que no ha habido intención humana. Cuando ha sido una negligencia o un atentado, es decir, cuando interviene el hombre, es mucho más difícil poder remontarlo.
¿Cómo actúan en cada caso?
Se trata, sobre todo, de amortiguar el impacto psicológico, de no buscar culpables o, por lo menos, que en ese primer momento no se focalice la rabia en una determinada persona, pero también de buscar apoyo social, el enlace con otros recursos de ayudas, que las personas se sientan acompañadas...
Usted es co-autora del capítulo del libro ‘Psicología y emergencia’ dedicado a la violencia. ¿Está vinculada a la maldad? ¿Existen personas malas? 
En muchos casos lo que hay es una falta de habilidades para afrontar una serie de situaciones determinadas pero creo que sí hay un porcentaje muy bajo de personas que disfrutan haciendo el mal, en las que hay una maldad subyacente, que son ‘malas por naturaleza’...
¿Ahí su trabajo es más complicado?
Es muchos casos no puedes cambiar esa conducta, son casi psicópatas.
¿Qué objetivo persigue un profesional de la psicología de emergencia en una situación violenta y con el nerviosismo a flor de piel?
Cuando los ánimos están muy exaltados se intenta contener la emocionalidad. Lo más importante es sacar a la persona que esté más nerviosa para evitar que se haga daño a sí misma y a los demás y evitar el contagio emocional.
¿Todos podemos tener una reacción violenta o hay quien tiene tal autocontrol que es incapaz de llegar a ello?
Todos tenemos un punto a partir del cual nos sentimos desbordados y nuestro autocontrol ya no nos sirve. Hay quien lo tiene más bajo y quien lo tiene más alto pero, a partir de ahí, las reacciones pueden ser inesperadas.
¿Influye el origen, la etnia o la cultura a la hora de enfrentar un hecho violento?
Hay muchos factores culturales que influyen, incluso dentro del mismo país, por ejemplo aquí los castellanos somos más fríos y contenidos y la gente del sur exterioriza más las emociones y eso facilita la elaboración del duelo o de la situación que se esté produciendo.
¿Ustedes deben aprender a cuidarse para evitar ser blanco de la violencia en los casos en los que participan?
Sí, es muy importante saber lo que tienes que hacer para evitar una escalada de violencia con los pacientes o con los familiares. Desde ponerte en un lugar del que poder salir si la persona se pone muy violenta hasta tener a alguien que esté al tanto...
¿Cómo se protegen los profesionales que a lo largo de sus jornadas laborales se enfrentan continuamente a la desgracia y a la muerte?
Hay que asumir las propias vulnerabilidades, saber diferenciar la parte profesional y la parte humana para no implicarse demasiado, para no perder la objetividad y para no correr el riesgo de no poder ayudar. Es importante conocerse bien, saber hasta dónde puedes llegar y ponerse límites. Luego hay técnicas para ayudar a los profesionales a desconectar del sufrimiento y poder conectar con su realidad. 

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