Cuando Antoni tenía 6 años, un cura y un falangista se llevaron a su padre. Nunca volvió a verle. Pasaron las décadas y, tras una vida marcada por el trauma de su orfandad, tuvo un hijo que cuando creció comenzó a pegarle. A Antoni le pareció una fatalidad más. Los psicólogos le explicaron que el maltrato que sufrió de su hijo fue una consecuencia de que él perdiera a su padre.
Un estudio realizado por la Fundació Congrés Català de Salut Mental ha validado en España la máxima del psicoanálisis freudiano de que un trauma no hablado se reproduce en las generaciones posteriores.
"Olvidar es imposible, por decreto, aún más; y el silencio tiene efectos perversos para la salud"
El caso de Antoni y su hijo no es el peor. Hasta 196 entrevistas exhaustivas a víctimas de la Guerra Civil y del franquismo o a sus descendientes han arrojado una conclusión: España es el único país donde los bisnietos de los participantes en un conflicto bélico sufren secuelas psicológicas derivadas del conflicto.
"La sorpresa aún nos dura", explica Anna Miñarro, que junto a Teresa Morandi dirigió el proyecto. "Esto no se había detectado en ningún otro país que haya estudiado las consecuencias psíquicas de estas catástrofes no naturales. "Argentina, Uruguay, Chile, Suráfrica, Francia o Estados Unidos son pioneros en este campo, pero no han detectado secuelas en la cuarta generación", afirma Morandi.
La causa es clara: el olvido forzoso que se impuso con el franquismo y que muchos aún prescriben ha alargado los efectos del dolor vivido por quienes sufrieron aquella época en sus carnes. "Silenciar el dolor supone reproducirlo. Para acabar con esta cadena, hay que hablar", dicen las directoras del proyecto. "Olvidar es imposible, por decreto, aún más. Y el silencio tiene efectos perversos para la salud", insiste Morandi.
"La imposibilidad de hacer el luto los culpabilizó"
Dos tercios de los entrevistados pertenecían a familias que nunca habían hablado de su experiencia traumática durante la Guerra Civil o el franquismo en un ámbito social o médico.
Eran los que presentaban mayor variedad de problemas: pesadillas, delirios auditivos, pérdida de memoria, tristeza, depresión, dificultad para la actividad simbólica, enfermedades psicosomáticas, cefaleas o fobias eran habituales. Su versión más extrema, que alcanza hasta la cuarta generación, incluye toxicomanías e intentos de suicidio.
En su estudio también había víctimas del lado republicano, aunque muchas menos en proporción. "La causa es puramente psicológica: los vencedores pudieron hacer el duelo. En salud mental es fundamental poder vestir de negro, llorar, que los vecinos te acompañen, el reconocimiento social", explica Miñarro. "El bando rojo sufrió más porque sobre todo, sufrió el silencio", añade Morandi. Ambas psicólogas recuerdan que durante el franquismo la psicología española, en manos de Vallejo Nájera, consideraba que el marxismo era una enfermedad, y la posibilidad de hablar de determinados traumas fuera del círculo familiar era nula.
El estudio fija que quienes sufrieron la violencia del franquismo en persona o como segunda generación se vieron expuestos a vidas de una extrema dureza, con miseria, inseguridad y humillación pública. Cuando hubo pérdidas personales fue imposible hacer el luto, y, por pura supervivencia, la mayoría optó por no hablar del tema, lo que desató un proceso de culpabilización.
Por eso, Morandi se muestra convencida de que "el tratamiento de las secuelas psicológicas pasa por hablar del origen del conflicto. La palabra abre los claustros". Antoni tiene hoy 76 años. Nunca aprendió a bailar porque tenía prohibido ir a las fiestas de su pueblo. Se ha apuntado a clases de baile. Sin embargo, difícilmente aprenderá a sonreír, algo que no ha hecho desde la mañana en que perdió a su padre.
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