La sociedad actual asiste entre el estupor, el horror y la indignación a la ocurrencia de actos violentos que se producen en espacios multitudinarios (centros escolares, centros comerciales, etc.). Dichos actos suelen saldarse con múltiples víctimas (fallecidas o gravemente heridas) y finalizar con el suicidio del propio asesino. Esto supone una enorme alarma social, así como un tremendo shock, puesto que el cerebro del ser humano no está preparado para aceptar ni asumir la ocurrencia de este tipo de sucesos. Además, cabe añadir, que es cada vez más frecuente escuchar que son jóvenes y adolescentes quienes cometen este tipo de delitos, en la mayoría de los casos contra sus propios compañeros de clase y sus profesores. Hasta no hace mucho tiempo, la sociedad veía cómo ésto ocurría en EEUU y pensaba que en gran parte se debía a la facilidad con la que puede accederse a las armas en dicho país. Sin embargo, ahora también ocurre en Europa, siendo la masacre en el colegio de Winnenden (Alemania), el caso más reciente.
¿Por qué tienen lugar este tipo de actos? Probablemente, son múltiples las causas. Ciertos especialistas, como el profesor de neurología Manfred Spitzer destaca el elevado consumo de juegos violentos por parte de la población adolescente. Tal y como él argumenta, practicar estas "habilidades", aunque sea virtualmente, aumenta la probabilidad de emisión de la conducta. Sin embargo, ésta es una explicación un tanto simplista y reduccionista. Quizá deberíamos preguntarnos ¿por qué son ciertos jóvenes o adolescentes los que cometen este tipo de actos? ¿Qué es lo que está fallando? Muchos son los factores de riesgo que podrían llevar a un joven a disparar de manera indiscriminada a sus compañeros, amigos o profesores. Efectivamente, podrían influir ciertos aspectos biológicos (difíciles de demostrar), pero probablemente muchos de ellos son de tipo psicosocial (ausencia de valores sociales, baja tolerancia a la frustración, déficit de habilidades de solución de problemas y conflictos sociales, problemas de comunicación, etc.).
Recientemente, tal y como se ha publicado en diferentes medios de comunicación, Jens Hoffman, psicólogo experto en adolescentes y comportamiento violento y profesor en la Universidad Técnica de Darmstandt (Alemania), ha desarrollado un programa de detección precoz de jóvenes con tendencias asesinas. El programa, que se está sometiendo a prueba en varios centros educativos alemanes, incluye 32 variables de riesgo de cometer un acto violento con múltiples fallecidos y posterior suicidio del agresor. Hoffman se ha basado para ello en la evidencia empírica que está demostrando cómo ciertos factores tienden a repetirse en la historia de estos jóvenes. Algunos podrían ser variables que funcionarían como antecedentes inmediatos (por ejemplo, cambios en el aspecto físico, anunciarlo de forma pública en foros, redes sociales, a los propios compañeros, etc.); pero, tal y como él mismo ha destacado en la revista Reader´s Digest, normalmente este tipo de crímenes son la culminación de un largo camino repleto de diferentes factores de vulnerabilidad (humillación, exclusión social, historia de pérdidas sociales, baja autoestima, etc.).
Este es un ejemplo de cómo la ciencia basada en la evidencia empírica puede tener una enorme utilidad social. Este tipo de programas de screening o detección precoz, con un formato tan atractivo para los jóvenes y adolescentes como es el ordenador, son de enorme utilidad para detectar, pero también para prevenir e intervenir con el objetivo de minimizar la probabilidad de emisión de este tipo de comportamientos o actos.
Hace 6 años
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